Era un niño tan feo tan feo tan feo, que el cura no sabia si bautizarlo o escupirlo.
Era un hombre tan pequeño tan pequeño, que la cabeza le olia a pies.
Era un niño tan feo tan feo tan feo, que para que el perro jugara con el, le ponian un chorizo atado al cuello.
Esto era una vez un niño tan, pero tan pequeño, que cuando se encontró una canica dijo: -¡El Mundo es Mioooooooooooooo!